Si tuviera que hablar sobre música clásica, lo haría cerrando los ojos, dejando volar al viento mi mente. Con unos auriculares donde el silencio invadiera el comienzo del viaje.
Comenzarían a sonar leves notas de un piano (Nocturne op.9, 2 (Frédéric Chopin) o incluso Claire de Lune (Debussy)) junto a violines que mantuvieran una conversación al piano. (Violin concerto in D Major Op.35 (Tchaikovsky)
Sería ahí cuando dispuesta con un traje de gala y mi galán del brazo sonaría el vals a modo de película (Jazz Suite No. 2: VI. Waltz No. 2 (Dmitri Shostakovich)). Bailaríamos hasta que sonaran las 12 campanadas y como Cenicienta tuviera que abandonar el baile para cambiar mi rumbo.
¿Pero habría tragedia en este viaje? Juzguen ustedes, con Andante cantabile con alcuna licenza llegamos a la Symphony No.5 in E Minor, Op. 64 que no es ni más ni menos que Romeo y Julieta. (Symphony No.5 in E Minor, Op. 64, TH 29: II. Andante cantabile con alcuna licenza (Tchaikovsky))
O incluso, bailaría a solas como frágil bailarina. (Romeo y Julieta Overture)
También dejaría brillar la voz de soprano para intentar alcanzar las nubes mientras levitamos al son de Lacrimosa. (Requiem in D Minor: Lacrimosa (Mozart)).
Abrir los ojos y rozar las teclas de mi gran amor, el piano, (Angustia (romanza sin palabras) (Isaac Albéniz)) para reiterar que la música forma parte de nuestras vidas y me acompaña en esta tarde de escritura frente a la pantalla del ordenador.
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